La herida abierta europea sobre las ideas políticas que siguen vigentes hace mella sobre el conservadurismo recargado durante la pandemia mundial.
Genera tensión entre la regulación y la emancipación social y confluye en un vínculo carnal entre el racismo y sexismo.
Ese aparente «retorno al pasado» es protagonista y gestor de una melodía disonante de subordinación a la globalización capitalista neoliberal.
Esa inhóspita posibilidad que va pariendo en la sociedad contemporánea, avizora una reestructuración social y cultural de comportamiento.
Las escuelas, como epicentro de admisión a toda intrusión, son el blanco para las políticas globales en pos de libertades de reciclados paradigmas de falcon, bicicleta y traje.
Está claro que el neoconservadurismo intenta implantar semillas en la matriz de la institución educativa.
Es una doble batalla la que entrama nuestras vidas: contra el avance de un virus incierto pero con vestigios de humanidad y el regurgitado adoctrinamiento ideológico, deseante y al resguardo de un patriotismo a ultranza.
En la escuela, no debiera haber esperanza en la posibilidad de un retorno a un pasado (exorcizado en valores meritocráticos y de inequidad) lejos de toda horizontalidad. Sin embargo, hoy estos jinetes intentan ser conjurados, invocados y cristalizados en las prácticas cotidianas. Son las sombras pasadas – presentes- que sienten la perturbación, una náusea del amalgama de colores de ajenidades.
¿Sobre qué legalidades nos paramos como educadorxs? Es precisa una postura de escudo y espada frente a este presagio ético-político que insiste en brotar de la alcantarilla de los laboratorios.